El A-migo tiene a una especie de fraterno en Esiquio.
Es así su elección. Otra garra, o un consuelo…
Sus otras elecciones posibles: las bóvedas
astutas pero fácilmente reseñables,
que hacen temblar territorios
ante la sola cercanía de semejante cooperación.
También la disfonía, el disfavor, los disfraces disimétricos.
O los lugares desiertos de la disfamia, tan cruel.
Tanto dis, tanta entraña llena de óxido,
juego de palabras entrañando otras contemplaciones.
Esiquio y A-migo invariablemente miran.
Sus miradas de vaca ponen límites a los diagnósticos apresurados
Están presentes los disparadores disimulados y el terror
en mi intuición, displicente, usual y femenina,
que intenta llenarse de amuletos
por las dudas.
Otra escena que finaliza en el comienzo. Esiquio mirando. El A-migo mirando. Al lado, Ebelina, que sonríe a todo ensayo y a todo hecho. Lo demás: extras.
® Mabel Bellante, 1995