Entrar en una casa, comer frío.
La ternura dejó sus zapatillas
debajo de una sombra. Desconfío
del sigilo de lámparas y sillas
y de algunas conductas amarillas.
Lo que se queda quieto alarma, duele,
comete pánico, derrama el canto.
No hay estadística que no revele
tijeras en la fila del espanto,
un alfiler que se parece al llanto.
No habrá quien traiga párpados de afuera,
solapas, humo, señas ateridas.
Un ruido de rincones desespera
y solamente muebles homicidas
dicen preparativos, despedidas.
Uno gana modales de sospecha,
envejece de tanto desconcierto.
No hay más remedio que una flor deshecha,
que vigilar un cigarrillo muerto.
sociedad bien anónima, por cierto.
Y lo peor es que la almohada acosa
con inminencia lúcida. Dormir
tiene una ambigüedad tan peligrosa
que en tales noches nunca hay que decir:
de esta desolación no he de morir.
La ternura dejó sus zapatillas
debajo de una sombra. Desconfío
del sigilo de lámparas y sillas
y de algunas conductas amarillas.
Lo que se queda quieto alarma, duele,
comete pánico, derrama el canto.
No hay estadística que no revele
tijeras en la fila del espanto,
un alfiler que se parece al llanto.
No habrá quien traiga párpados de afuera,
solapas, humo, señas ateridas.
Un ruido de rincones desespera
y solamente muebles homicidas
dicen preparativos, despedidas.
Uno gana modales de sospecha,
envejece de tanto desconcierto.
No hay más remedio que una flor deshecha,
que vigilar un cigarrillo muerto.
sociedad bien anónima, por cierto.
Y lo peor es que la almohada acosa
con inminencia lúcida. Dormir
tiene una ambigüedad tan peligrosa
que en tales noches nunca hay que decir:
de esta desolación no he de morir.
María Elena Walsh / Hecho a mano