Harta del
deseo cansado de repetir noes, siento el desapego derramado sobre este cielo
estrellado, colgando del hilo grueso de lo ido, titilante de disminución, como
el premio final de un rumbo que equivocadamente supone que terminaré
entregándome a él.
Acepto
haber besado la crueldad de quién, detrás de los escombros, repetía nunca
llegarás a mí, que el orgullo herido me tuvo confundida,
trastabillando por la cornisa siempre a punto de derrumbe del enamoramiento, y
no menciono otras cuestiones porque quiero en algún momento ser olvidada por
completo. Ahora estoy cuidando las rodillas, pensando en hacer remo o escalar
algún cerro y dejar de fumar para siempre.
Caer parada trae sus inconvenientes, pero me quedo con la tenue voluntad del intento en el paladar de lo intrascendente, y con este cielo tan distinto cada noche. Todo perdonado, inclusive los noes, inclusive el desgano de las sonrisas pesadas y esas cicatrices nuevas en las manos que quedan muy, muy bien, cuando se estiran hacia adelante y ponen la distancia de lo hecho ante lo dicho.
Caer parada trae sus inconvenientes, pero me quedo con la tenue voluntad del intento en el paladar de lo intrascendente, y con este cielo tan distinto cada noche. Todo perdonado, inclusive los noes, inclusive el desgano de las sonrisas pesadas y esas cicatrices nuevas en las manos que quedan muy, muy bien, cuando se estiran hacia adelante y ponen la distancia de lo hecho ante lo dicho.
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