El aroma de los jazmines
flota quieto en el aire,
donde se apagan suaves
tonos añejos de sol.
Y en los laberintos del piso,
un lento recorrido infantil
parece irse a cuentagotas,
en sus propias serendipias.
Cuando atardece el día,
vuelan pájaros eternos
que sumergen en estrellas
las costumbres cotidianas.
Pero si la noche inicia
bajo ruidos de tormenta,
en el patio de Casares
se ve tan grave el crepúsculo
que no se puede salir
sin desear quedarse en él
y en su mundo de llovizna.
Así de hermosas lucen
sus fuerzas derrotadas
al deshacerse de luz
la intimidad perfumada;
así de nostálgicas las baldosas,
su gris, idas y venidas, donde
es posible creer que descansan
espíritus de amor puro,
reserva estable del alma,
un acaso y su porqué.
MabelBE