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martes, 22 de agosto de 2023

The smashing pumpkins

Juego 08

En el cielo no se podía volar. Hechos del mismo barro, cada uno en su molde, trabajábamos mejoras en las flores de las grietas. Hasta que un proverbio sin ojos escupió lágrimas largamente guardadas, y el lugar se volvió ciénaga.
Ahora en el barro hay más barro y un presente regado de piedras. Una muestra del futuro desde donde en breve se podrá contemplar el estancamiento de las alas al atardecer, con un original toque de pétalo disecado.
La nueva especie ha nacido y busca adoptar lo que aparezca. Huyamos arrastrándonos.

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Juegos / MabelBE

viernes, 7 de julio de 2023

Michael Longley - Autocuración

Yo quería enseñarle los nombres de las flores,
autocuración y centaura; en la gran finca 
donde nunca pasta el ganado, asfódelo de ciénaga. 
¿Acaso podría yo haber amado a alguien tan fuera de quicio 
y, como dicen, haberle dado alas? 
Había dormido en cuna hasta los doce 
por ser tan infantil, me supongo,
 o por falta de cama: ¿acaso su padre no había 
perdido todo en el juego menos el pastizal juncoso? 
Parecía tener el cráneo cincelado como una cuña 
sobre los hombros, y la espalda jorobada, 
lo cual le daba un aire casi académico. 
Pero no podía recordar las cosas que le había enseñado: 
cada nombre flotaba sobre su flor 
como una mariposa incapaz de posarse. 
Ese día desfloré una tragontina 
para dejar en libertad a los mareados insectos. 
Con delicadeza deslizó la mano entre mis muslos. 
Me dio miedo; y aún no sé por qué 
pero salí corriendo, bañada en lágrimas, a contárselo a todos. 
Me enteré de que todos los días de aquella semana 
lo azotaron con una vara de endrino, y luego lo amarraron 
en el henar. Yo podría haber sido la vaca 
a la cual habría descolado después con cizallas, 
y él el carnero enredado en alambre de púas 
que mató a pedradas cuando lo dejaron libre.


martes, 27 de junio de 2023

Así sentía



Le lastimaban muchas cosas,
lo que salía de su control, la libertad.
Se asustaba,
se enojaba,
se tensaba.
Su mirada despedía
una satisfacción oscura al sentirse aniquilada,
Tan sensible, fuerte, tosco, retorcido, su gran miedo
se volvía silencio que decía lo pagarás.
Qué impresionante falta de simpatía.
Yo temía a ese empujón de viento helado,
su odio fuerte de vacío suicidado,
que tantas veces me redujo a pedazos de derrota.
Y salían de su interior
energías de pájaros negros con alas y picos filosos,
de todos los tamaños, malos, malos.
Sabía que lo siguiente era soportar el retroceso
de un ciclo sisífico sin porqués.
Así vencí caprichos caros,
mi cuerpo por momentos
pareció puesto para sostener 
las piedras que venía a romper.
Ese fue su poder terrenal
sobre mis intentos alados de perdón.
Y así, cada vez
menos cosas
me duelen.

MabelBE
Mas o menos igual

sábado, 3 de junio de 2023

Proceso de olvido

Otra vez esta parte del camino
en mis pasos que caminan
el paisaje.
Casi una pampa, el olvido donde
el alma 
va a volver a trabajar.

Vuelvo a sombras de rencor
que la semántica olvida
por su energía nublada.
Las asusto, corren
por el descampado, con su forma de 
pluma 
y esa ceremonia silenciosa
que fastidia los ovarios.

Estoy pensando en matarlas.
Será en algún desayuno
mientras dibujo corazones con la miel
cayendo
en el mate.
Desaparecerán con el último ruido de la bombilla.


 MabelBe

jueves, 3 de noviembre de 2022

La esquina llena de viento

La luz de la tarde abraza el edificio de departamentos de ventanas simples y con la falta de pintura, ejemplo de la dejadez normal de tiempos escasos. Dos árboles fuertes equilibran la esquina, sus raíces están saliendo afuera de la tierra, la vereda está ondulada cerca de ellos y combina con la ondulación de todo lo que flota en el aire a través de los rayos de sol que me entran por los ojos.

Cada vez que doy la vuelta al salir del subte y veo esta panorámica de paisaje urbano, de cuatro pisos con tres ventanas y un balcón por piso que da justo a la esquina de los dos árboles, cada vez que recorro esos cien metros hasta pasar por el lugar, contemplo ese espacio, contemplo sus colores a medida que me acerco, nuevos detalles me sorprenden cada vez, o tal vez me sorprenda siempre la misma cosa y lo olvide...

No tengo registro de lo que pasa cuando llueve. Tres veces lo intenté y el trayecto fue otra cosa. En los días sin lluvia entro en un laberinto desde la escalera de salida del subte, no tengo idea de cómo es la calle que camino hasta llegar a esa esquina, cómo son las plantas y las veredas, los edificios, si hay comercios o encargados parados con la típica escoba y el cigarrillo espiando el movimiento de los alrededores, no escucho voces, no sé qué pasa desde que doblo por Virasoro y camino hasta Amenábar, para retomar Piedras desde esa esquina donde confluyen las tres calles del viento.

Es un laberinto con miles de universos diminutos en suspensión, organismos hermosos y monstruosos, restos de insectos asesinados o muertos por lo que sea, cubiertos de polvo, olvidados por todo lo que late o tal vez recordados por un corazón similar ante nuestra indiferencia, brillos al estilo luciérnagas van y vienen. Probablemente esporas, virus, bacterias, en cantidades desconocidas, pueden estar mezclándose con el amor y otros resabios de emociones que quedaron para siempre estáticas en el aire, y me traspasan cuando entro en esa espiral, tal vez se me implanten, tal vez no. No lo sé, no puedo pensarlo en el momento, sólo después de varias cuadras, aproximadamente a la altura de Tucumán, vuelvo en mí y tomo conciencia del peligro y de la maravilla de la cuadra antes de la esquina.

Siempre que cruzo la calle y piso la esquina, me detengo con algún disimulo a prender el celular, buscar algo en la mochila, ponerme alcohol en aerosol en las manos o un pañuelo en el cuello que sujete el pelo de la corriente de aire. A veces se me antoja simplemente pararme y mirar para Amenábar, para Virasoro, para Tucumán o para Piedras, es un acto de rebeldía bobo, como cruzar las calles por la mitad. En que, después de tantas veces hacer lo mismo, me siento más alerta. Percibo la profusión brusca de brisas y espejos ventosos que confluyen en esa esquina, una y otro y otra, cada cual con la energía que trae de lo vivido calles atrás supongo, voces, aromas o los olores por los que pasaron. 

Me pregunto si hay un punto exacto de esta esquina donde la unión del aire llega a generar cambios energéticos significativos, en mi vida, o en general, o en el mundo... intenté pararme entre los árboles, entre el cordón y el árbol de la izquierda, entre el cordón y el de la derecha, sobre ciertas baldosas, nada pasó; un día estuve con mi espalda pegada a la pared de Amenábar y un frío helado que me entró al cuerpo hizo que saliera casi corriendo.

Hasta antes de cruzar la calle me repito de memoria el frente, es lo que vengo mirando paso a paso. Dos persianas rotas quedaron en diagonal y las palomas pasan el rato en el balcón de terminaciones redondeadas del cuarto piso. Imagino a la terraza despintada y sin alma. El balcón del segundo, cercado por cañas, casi todas resecas, deja ver un tender con ropa y una silla. Una cortina a cuadros, que ondea y parece querer escapar, se enreda con colgantes triangulares verdes, celestes, violetas y naranjas, en el balcón del primero, sus plantas están florecidas, alguien espiritual vive allí seguramente. En la planta baja, un jardín maternal parece ocupar toda la superficie, desde noviembre se ve una parte de la pelopincho que salpica, risas gritonas y, sobre la pared que linda con el edificio de al lado, salidas de baño y toallas que cuelgan de ganchos plateados adosados al tapial. Paso varias veces a la semana por ahí y, siempre que está la esquina, miro hacia adentro a través de la puerta de vidrio de la entrada. Algunos viernes alquilan el lugar para fiestas de cumpleaños. La música infantil sale a la vereda, hay gente que entra con paquetes de panadería y botellas de gaseosas, y bullen exclamaciones alegres o de cuidado, no corran que se van a lastimar, hija te ensuciaste el vestido, vengan a cantar el feliz cumple...

Me pregunto también cómo hacen las niñas y niños que van ahí, para soportar el peso de esos cuatro pisos sobre ellos, al viento que se encuentra y se revuelve en la esquina, tantos estados anímicos... tal vez sus casas sean más alegres, tengan algo del estilo del balcón colorido del primero. Y me pregunto adónde queda todo cuando llueve, porque en esos días la esquina llena de viento desaparece, sólo vive en resolana. Ojalá alguien más se haya dado cuenta.


MabelBE