Es alguien que dice necesitar la música del tren porque lo ayuda a palpar espacios que no aburran. También nuevas ciudades. La diferencia. Y confundiéndose a la valentía, un viernes por la noche parte en busca de algún paisaje que posea más saludos. A él le enseñaron que los saludos son algo principal.
Así, a bordo de extraños rieles, comienza un recorrido relleno de voces, trinos desgajados, semifusas que no llegan a talento, otros ruidos. Como él mismo.
Solo, saturado de ganas de cambios. Siempre ha esperado del afuera eso que le llene el alma. Por ejemplo, sus ojos constantemente preguntan cómo es posible elegir algo si al hacerlo hay que dejar de lado todas las otras cosas prometedoras que están allí. Así es como busca y busca, no cuida lo hallado, como si la condición de pertenencia restara importancia a su propia existencia. Lo suyo le aburre, le pasa con vehículos, con conceptos, con animales, con sensaciones, con personas, con sentimientos.
Comienzan a pasar las estaciones. Entradas, formas algo urbanas, campos, colores, frío y calor, ansiedad, euforia, ¡novedades!. Se suceden los letreros con el nombre de los lugares. Al leerlos y mirar en derredor, análisis del tipo "me gustaría vivir acá" o "no me gustaría vivir acá" se emborrachan en su mente. En tanto, generando sustancias internas, su ser engolosinado mantiene la atención primaria en esa superficie resbalosa que impide varias cosas, pero sobre todo comprender el grado de profundidad o superficialidad de lo que está sucediendo en ese instante.
Llega a la estación final. ¡Todos deben descender! dice la voz desde la descarga metálica habitual de los altoparlantes. Y obedece enseguida, como siempre hace con las primicias que irrumpen en su vida. Queda parado cerca del vagón, sin objetivo, esperando que aparezca el bálsamo que cure el eterno malestar, mientras continúan los sonidos, trozos de canciones, disfraces y la parte cursi de los corazones (cáscara que abraza, que repite lo mucho que ama).
Él sabe bien por qué no le alcanza y enseguida se aleja, está acostumbrado a este tipo de escapes porque ha tenido experiencias de cierto éxito dejando pasar un tiempo y volviendo como si nada hubiera sucedido. No le importa que el miedo sea algo terrible porque hace conformar a veces y a veces huir, sostiene que el miedo no es zonzo. Y cuando cree que es su tiempo de cosecha, se empapa en eso, está seguro de que no volverá a aburrirse de su mirada nunca mas: así le sucede en las subidas. Las bajadas son otra cosa, ahí entran a jugar los que son descuidados luego para ser finalmente olvidados.
Es alguien que nunca se pregunta dónde ha dejado, cómo ha sido construído, de qué forma hay que cuidar, qué es lo que une a la vida. Observa fotográficamente el espacio. Han pasado ya unas horas. El único horizonte es ese anden, y algún recuerdo actualizado que lo lleva a creer haber conocido muchas ciudades. Rememora, como un disco de una sola canción, con una sonrisa satisfecha las manos en alto moviéndose a su paso, contestándole sus simpáticos gestos de holaholaquetalcomovatodoamigo!? Estas cosas le permiten holgazanearse, y así va tirando sin hacerse cargo de sí mismo.
Tan tomado por la euforia está que no entiende que jamás ha entrado en algún lado. Sigue sin tener idea que sólo ha visto de lejos carteles de bienvenida. Repite, en su dormidera, que necesita la música del tren y que los saludos son maravillosos.
MabelBE