¡Cómo demonios lo hace! Eso fue lo primero que pensé la primera vez que escuché a Robert Johnson. Hoy, sólo un poco menos "inocente", sé que su mérito no era tanto el dominio de la técnica como su capacidad para abrazar la raíz de las cosas, pero en aquel momento lo que me llamó la atención fue la orquesta sinfónica que se montaba él solito y sin trucos en esas grabaciones cutres y salchicheras de los años 30, que no daban para mucha trampa. Oía a la vez el bajo, los acordes, el punteo, la voz y los ángeles del cielo unidos en un totum revolutum misterioso. Un día, en una de esas encrucijadas que tiene la vida, alguien me enseñó que se podían utilizar afinaciones abiertas para tocar con el slide: de esta manera era más fácil acercarse a esta sinfonía de los hombres-orquesta callejeros; bastaba con cambiarse el chip de las ideas preconcebidas y plantearse que el instrumento se podía afinar de otra manera y entonces se podían descubrir nuevos sonidos. / Pactar con el diablo de la encrucijada. Antonio Álvarez del Cuvillo.