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jueves, 3 de noviembre de 2022

La esquina llena de viento

La luz de la tarde abraza el edificio de departamentos de ventanas simples y con la falta de pintura, ejemplo de la dejadez normal de tiempos escasos. Dos árboles fuertes equilibran la esquina, sus raíces están saliendo afuera de la tierra, la vereda está ondulada cerca de ellos y combina con la ondulación de todo lo que flota en el aire a través de los rayos de sol que me entran por los ojos.

Cada vez que doy la vuelta al salir del subte y veo esta panorámica de paisaje urbano, de cuatro pisos con tres ventanas y un balcón por piso que da justo a la esquina de los dos árboles, cada vez que recorro esos cien metros hasta pasar por el lugar, contemplo ese espacio, contemplo sus colores a medida que me acerco, nuevos detalles me sorprenden cada vez, o tal vez me sorprenda siempre la misma cosa y lo olvide...

No tengo registro de lo que pasa cuando llueve. Tres veces lo intenté y el trayecto fue otra cosa. En los días sin lluvia entro en un laberinto desde la escalera de salida del subte, no tengo idea de cómo es la calle que camino hasta llegar a esa esquina, cómo son las plantas y las veredas, los edificios, si hay comercios o encargados parados con la típica escoba y el cigarrillo espiando el movimiento de los alrededores, no escucho voces, no sé qué pasa desde que doblo por Virasoro y camino hasta Amenábar, para retomar Piedras desde esa esquina donde confluyen las tres calles del viento.

Es un laberinto con miles de universos diminutos en suspensión, organismos hermosos y monstruosos, restos de insectos asesinados o muertos por lo que sea, cubiertos de polvo, olvidados por todo lo que late o tal vez recordados por un corazón similar ante nuestra indiferencia, brillos al estilo luciérnagas van y vienen. Probablemente esporas, virus, bacterias, en cantidades desconocidas, pueden estar mezclándose con el amor y otros resabios de emociones que quedaron para siempre estáticas en el aire, y me traspasan cuando entro en esa espiral, tal vez se me implanten, tal vez no. No lo sé, no puedo pensarlo en el momento, sólo después de varias cuadras, aproximadamente a la altura de Tucumán, vuelvo en mí y tomo conciencia del peligro y de la maravilla de la cuadra antes de la esquina.

Siempre que cruzo la calle y piso la esquina, me detengo con algún disimulo a prender el celular, buscar algo en la mochila, ponerme alcohol en aerosol en las manos o un pañuelo en el cuello que sujete el pelo de la corriente de aire. A veces se me antoja simplemente pararme y mirar para Amenábar, para Virasoro, para Tucumán o para Piedras, es un acto de rebeldía bobo, como cruzar las calles por la mitad. En que, después de tantas veces hacer lo mismo, me siento más alerta. Percibo la profusión brusca de brisas y espejos ventosos que confluyen en esa esquina, una y otro y otra, cada cual con la energía que trae de lo vivido calles atrás supongo, voces, aromas o los olores por los que pasaron. 

Me pregunto si hay un punto exacto de esta esquina donde la unión del aire llega a generar cambios energéticos significativos, en mi vida, o en general, o en el mundo... intenté pararme entre los árboles, entre el cordón y el árbol de la izquierda, entre el cordón y el de la derecha, sobre ciertas baldosas, nada pasó; un día estuve con mi espalda pegada a la pared de Amenábar y un frío helado que me entró al cuerpo hizo que saliera casi corriendo.

Hasta antes de cruzar la calle me repito de memoria el frente, es lo que vengo mirando paso a paso. Dos persianas rotas quedaron en diagonal y las palomas pasan el rato en el balcón de terminaciones redondeadas del cuarto piso. Imagino a la terraza despintada y sin alma. El balcón del segundo, cercado por cañas, casi todas resecas, deja ver un tender con ropa y una silla. Una cortina a cuadros, que ondea y parece querer escapar, se enreda con colgantes triangulares verdes, celestes, violetas y naranjas, en el balcón del primero, sus plantas están florecidas, alguien espiritual vive allí seguramente. En la planta baja, un jardín maternal parece ocupar toda la superficie, desde noviembre se ve una parte de la pelopincho que salpica, risas gritonas y, sobre la pared que linda con el edificio de al lado, salidas de baño y toallas que cuelgan de ganchos plateados adosados al tapial. Paso varias veces a la semana por ahí y, siempre que está la esquina, miro hacia adentro a través de la puerta de vidrio de la entrada. Algunos viernes alquilan el lugar para fiestas de cumpleaños. La música infantil sale a la vereda, hay gente que entra con paquetes de panadería y botellas de gaseosas, y bullen exclamaciones alegres o de cuidado, no corran que se van a lastimar, hija te ensuciaste el vestido, vengan a cantar el feliz cumple...

Me pregunto también cómo hacen las niñas y niños que van ahí, para soportar el peso de esos cuatro pisos sobre ellos, al viento que se encuentra y se revuelve en la esquina, tantos estados anímicos... tal vez sus casas sean más alegres, tengan algo del estilo del balcón colorido del primero. Y me pregunto adónde queda todo cuando llueve, porque en esos días la esquina llena de viento desaparece, sólo vive en resolana. Ojalá alguien más se haya dado cuenta.


MabelBE


El léxico sin lugar

Tengo que pasar varios filtros para llegar a algunas palabras del léxico familiar cotidiano. Filtros de angustia y vacío, también de desamor -para el caso de que el desamor pueda separarse de alguna manera de los vacíos- y, por qué no, de momentos de amor y suavidad. Como los pétalos de las cebollas, pero reemplazando olor por dolor la mayoría de las veces, con unas pocas absolutamente perfumadas.

Me hago cargo de la parte que me toca, siempre contestando, yendo por más, devolviendo el doble, en un concepto, en un insulto, en un gesto con aspaviento. Es que simplemente el alma no me dejaba pedir perdón, o decir tenés razón. Ojo, por ahí era el ego, una cosa u otra, no creo que se puedan mezclar... Cuando no tenía otra opción, bajaba la cabeza, pero era con rebeldía, pensando en cómo salir airosa de la situación, donde airosa significaba no sentir que el pecho se me partía de tristeza. Todavía hoy me pregunto si se me notaba el terror que me daba hacerlo.

Pero vuelvo a las palabras, ¿cuáles eran?, mis padres no eran de muchos recursos léxicos, mi madre cocinaba muy rico y muy limpio, mi padre tenía dinero para gastar, ambos eran generosos con ésto que daban: comida y dinero en una casa de inviernos tibios por la eskabe que amparaba los ambientes. Recuerdo la luz, difusa para mi gusto, de la cocina, tanto de noche como de día, el living, la escalera que llevaba a las habitaciones de arriba, un poco más frías. Y el patio, siempre con animales, sapos, colibríes, conejo, tortuga, gatos, tero, siempre perros.

Es extraño que ninguna palabra aparezca en mi mente, algo en medio de un consejo o de un sermón, alguna letra hilada en medio de una sonrisa o una muletilla cómplice entre miradas. Busco entre sensaciones de sorna y de enojo, entre los tambores en el corazón durante momentos de terror, pero nada aparece.

Y de repente: “Si no comés se la vamos a tener que dar a los perros”, veo a mi padre diciéndole a las visitas que no se servían más comida, durante los domingos de mesas de más de una docena de personas. Me vuelvo de seis, ocho o nueve años, me veo con la espalda doblada por demás, flaca, las orejas sosteniendo sin problemas pelo lacio y oscuro, los ojos desconfiados, y escucho a continuación, también de su boca: “es una jauría”. Se refería a pequeños grupos de jóvenes revoltosos. Si, la jauría, para mi familia nunca fue un grupo de perros cazadores, sino personas desordenadas, que podían hacer daño desde la inconsciencia.


A continuación aparece la figura de mi madre, en la misma mesa pero a la tarde, con torta helada, masas o sandwiches de miga, y mate, jugando a las cartas. Con su primo, con mi padre, con amigas y otras personas de la familia, con mis hijas, conmigo también, en diferentes momentos de su vida. Así, de una nada que es todo, aparecen estas instantáneas, disparadas como las pelotitas de tenis desde la máquina de entrenamiento hacia el aprendiz que debe devolver con un revés y no la tiene muy clara, desde no sé donde hacia mi cerebro con rebote en el corazón. Un regresón, mi madre mirando sus cartas y diciendo, como para sí misma, alegre, “tengo un paisano de cada pueblo”. Esta frase representó la divergencia o disimilitud en todos sus aspectos. “Un paisano de cada pueblo” cuando no alcanzaban los vasos del juego si había mucha gente en casa, cuando las cartas venían sin posibilidad de armar un juego, o en el ramo de flores cortadas de las plantas del patio, las que quedaban completas después de que los perros de la casa las utilizaran como juguete, durante los domingos que tocaba acompañarla al cementerio.

La sensación me aparece, aunque sin frases pensadas o dichas, cuando no logro resolver un problema, cuando veo a un paseador de perros y al grupo dócil que lo acompaña, todo lo contrario a una jauría, cuando veo flores en los canteros, cuando recuerdo la casa donde crecí.

Seguramente hubo muchas otras frases, no me extendí a amigos, primos, tías y tíos, vecinos… Pero no puedo atrapar más recuerdos ahora. Pienso en las sobras. En los filtros y en las cebollas. En mi infancia incómoda, con sus momentos balsámicos. En que es una suerte que existan los perros, en la comida y en la ajenidad de ciertos conductos filiares.


MabelBE




El camino adornado

La ruta reposaba bajo el sol, los rayos que llegaban hasta el pavimento dibujaban chispas luminosas que ondulaban a pocos centímetros del suelo, como tomando distancia de algunas marcas de rueda de camión y del oscurecido trazo que marcó una frenada, imborrable, a pesar de que el tiempo transcurrido lo estaba volviendo de un gris cada vez más claro.

Si alguien se hubiera sentado sobre las líneas negras del centro, dice él, podría haber visto cómo se desdibujaba en el horizonte, cómo se disolvía la senda en el celeste del cielo, como un camino imposible de abarcar.

Iba en un falcon bordó, de los que eran mas rápidos de la época. Manejaba rápido, le gustaba ponerlo al mango y que la carrocería de adelante temblara, sólo bajaba la velocidad y se quedaba tranquilo cuando sentía el temor de que se soltara la traba del capó y se levantara tapándole la visión. Le gustaba manejar cuando no había tránsito. También de noche, pero nunca en el atardecer, cuando las distancias engañan.

Salió de Carlos Casares bien temprano esa mañana, rumbo a la Capital. Conocía el paisaje, los montes que -pese a las inundaciones- permanecían firmes. -Los árboles viven de pie, este debía haber sido el título, pensó mientras puso cuarta y se disponía a disfrutar del viaje.

En treinta y pico de años, hizo el mismo trayecto miles de veces, ida y vuelta, en diferentes autos, una vez en moto, demasiadas en colectivo. La ruta 5 lo encantaba y lo hacía temer a la vez, por eso prefería el tren, que se colaba adentro de los campos, con su velocidad tenue, regalando esa incómoda tranquilidad de observar con detenimiento los sembrados, las vacas y terneros que siempre le generaban tristeza, las flores silvestres meciéndose con el viento, en medio de lloriqueos de niñas y niños que iban sentados entre sus padres, siempre con aburrimiento, y los olores de las comidas que salían de las bolsas, sandwiches de milanesa grasosos, gaseosas que terminaban derramadas, retos, olor a cigarrillo ajeno...

Ese día pensó en el tren, pero finalmente se decidió por el auto. Puso música ni bien pasó la rotonda de entrada, pasó la primera curva, el puente de 9 de Julio. Después de Chivilcoy el recorrido se hacía más movido, la circulación era mas heavy y había que poner toda la atención en los otros vehículos, por las dudas.

Por Bragado ya había pasado el momento rock, tenía cincuenta kilómetros para disfrutar, hasta el angostamiento de Chivilcoy. Iba a 80 o 90, sólo si era muy necesario subía a 100; ésto le permitía mirar a los costados adelante, banquinas, filas de árboles, tranqueras, casas a lo lejos… tal vez fueron los campos con colores que iban del verde al amarillo, pasando por el marrón, los que lo hicieron sentirse flotando, él seguía en el volante pero su ser estaba en el costado, a la izquierda, en un paisaje que era el mismo pero era otro. 

Los árboles cobraban colores fuertes y alegres, los troncos se movían con un compás mágico, igual que las flores: ¿por qué nunca había visto la simpatía de esas flores y esas hojas que le mandaban la energía de amor de ciertos abrazos?. Se preguntó muchas cosas, y todas eran olvidadas en un instante, y cada instante era atípico. La tierra se mostraba muy amable con él, ese universo lo amparaba y lo acompañaba sin cómos ni porqués, ni para ques. El sol daba el calor justo, dice una y otra vez. Él se obliga a no olvidar ese momento inesperado donde, por única vez en su vida, no necesitó nada, aunque ya ha comprobado que, con el paso de los años, hay detalles irrecuperables en su memoria.

Una fiesta, ese viaje desdoblado donde -siempre repite- un ángel invitó a su alma a salir del falcon bordó y llevó a su ánimo a sentir, a la vez, alegría y felicidad. Dice, colocando las manos con las palmas hacia arriba, que no puede explicar mejor porque no existe una palabra que defina la unión de ambas sensaciones, pero en su sonrisa es posible notar que se siente un elegido. Los árboles, como seres enterrados desde la cintura a la cabeza -brazos incluidos- lo saludaban con sus pies sin dedos al compás del viento.

                                                                                                                                                                                           MabelBE


domingo, 9 de octubre de 2022

F.- El ente que siempre está

La mirada, en la parte de abajo del tapial del patio, a la altura del zócalo, es la línea imaginaria que separa la pared salpicada por la tierra mojada del día o los días anteriores y el resto pintado de blanco. Es la ropa colgada la que el viento revuelve en el frío del atardecer, que a la vez alborota el pelo y hace cerrar los ojos. Soy una bruja, el paso de los días me declara inapetente, pero me siento a merced de la gente. Me siento impotente. Tender la ropa, con las sombras que refrescan la noche cayendo sobre tantas cosas purifica la escena. Soy una bruja. El viejo lavarropas, testigo de lágrimas en el lavadero, las impregna en camisas, pantalones, vestidos y camperas que nunca parecen totalmente limpixs. La brisa que gira en el patio le da movimiento hosco a la mirada porque en este sitio, a esa hora, nada fluye. Soy una bruja a merced de la gente, esto soy y esto doy. Me aburren los vicios, por eso los venzo, pero me siento impotente, a merced de la gente. Puedo decir, incluso y solamente, que de la ropa viscosa cuelga una específica angustia de pájaros que se arrastran, derribados por la espalda uno por uno, uno por uno. Al costado, atrás, desapercibida, soy la testigo del lavarropas, a la vez testigo del desvío de la atención de la mirada del principio, que ya no está, la que no mira el suelo, que ya no está. 

El ente que siempre está aparte, y siempre presente/ MabelBE

sábado, 8 de octubre de 2022

No nos perdimos de nada


Por más que parezca cualquier otra cosa, sólo estoy midiendo el alcance de mis propios límites, la forma del poder, esa capacidad de regeneración y de acción sobre la que tanto había escuchado, y comparo. Y cuando digo "venganza", no hablo de un estilo para herir, sino que busco resarcir de tantos ahogos vaciados a mi alma asustada por los hechos, con el círculo refrescante, campana de un olvido a todo. El hombre de la mañana me deja hacer y espera.
Y es este mismo círculo el que me permite sopesar alcances, miserias, reconstrucciones y fortalezas, disminuidos niveles de autoestima, agujeros defensivos de mis partes tristes a la deriva, el maldito inconocimiento. 
A la vez, me regala un rato donde la situación se me antoja, y también camina en mis caprichos, el hombre.
Se me multiplican los sentidos. Las piezas vuelven a ocupar los espacios que corresponden a los ojos que miran con una misma forma de mirada. Todo extraño por nuevo, y por momentos no lo puedo creer. Más extraño cuando la fuerza de la suavidad borra esa dureza que durante años venía cargando el aire.
-No nos perdimos de nada, Mabel, ni siquiera de los límites, ni siquiera de la venganza, me sonríe el hombre que transporta la mañana, con un ramo de flores coloridas en la mano.


MabelBe

viernes, 7 de octubre de 2022

La pájara de los pichones

La pájara empuja pichones del árbol
para que vuelen
la experiencia
y la cercanía parietal
de las últimas instancias del bardo 
transformador.
Los pichones planean lo que el mundo obliga.
..............La pájara espera risas libres, sorpresas
..............incontenibles, estilos de la infancia.
..............Espera ser recordada. Sabe
..............que pueden caerse. Pueden
..............carecer del cuidado
..............entre las lianas vitales
..............y la nada. Y sabe
..............que no puede hacer otra cosa
..............más que irse a dormir entre mecanismos literarios, únicos
..............acompañantes, antiguos salvadores del vacío que estableció
..............esta nueva norma
..............a fuerza de honestidad obligada.
............................Los pichones planean lo que el mundo obliga
............................y aún no aprenden a recordar.

...............................                                                                    MabelBE

miércoles, 5 de octubre de 2022

Juanita, el amuleto

Una piedra tirada en una vereda cualquiera
se tropezó con mi sandalia
un sábado de verano de compras y mandados.
Sangró apenas el tercer dedo del pie izquierdo
en la porción anecdótica de una mañana de tantas.
Me agaché con alcohol en gel a limpiar la herida.
Cuando volví a mis cosas
la piedra, grisácea y pulida, casi suave
apareció en la palma de mi mano.
Creo que sola saltó adentro de la cartera
porque ahí estaba 
cuando busqué la billetera para pagar en el mercado.
A la noche volví a verla al lado del perfume de la semana
y luego en el bolsillo de las llaves.
Al otro día estaba sobre la repisa de la cocina.
Paseó desde entonces
por la alacena y la heladera, de la cama de Toni
a la bañera, por varios libros y etcétera.
Durante algunas tardes
un brillo azulado, exótico y grave
le nace en un costado.
A veces su sombra dibuja flores en la ventana.
Me la imagino aventurera, alocada en el mar
o volando profundo sus muchos años. 
Yo soy otra cosa.

                                                                                      MabelBE





martes, 4 de octubre de 2022

A instancias


¿Te gustan mis besos? insiste 1, tan cerca de la cara que asedia.
2 asiente con la cabeza, en espera de que venga un momento de calma. Al rato busca una excusa para alejarse.
¿No te gustan mis besos? es la pregunta del próximo encuentro, añade que su piel es suave. A 2 le suena a usado. No me están gustando mucho tus besos, contesta esta vez. Omite que en parte es personal, que hasta el momento no encontró labios cuyos besos le gustaran mucho. Espera que 1 le pregunte por qué, pero 1 no prestará atención a su ensimismada sinceridad y nada nacerá. Así se aburre, no apura ni mantiene.
Cosa rara, instarse mientras se espera al asombro.

MabelBE

miércoles, 14 de septiembre de 2022

D.- El ente que siempre está presente

Hace poco entró en mí una sensación de vida aceptada. Agradecer la totalidad y a caminar bajo los árboles con amor. Antes vivía más gris, tengo 58 ¡pero qué menos parecés, estás genial!, quiero estar así a tu edad. Me levanto a la mañana repleta de enseñanzas en este tiempo de simpáticas alertas respetuosas en cada maldita crisis repetida. A veces me emociono. Que la felicidad se sienta en la selva del corazón, a descansar, me repite esta naturaleza, que despida al miedo así puedo pasear sin tiempo o planear algo adentro de esta mente desconocida, que me fastidia un poco a decir verdad. 

El ente que siempre está aparte, y siempre presente/ MabelBE

 

miércoles, 13 de julio de 2022

Las voces de las hojas

Estoy sentada a la sombra en algún lugar de El Bolsón, a unos diez metros hay una hondonada, en esta bajada del terreno todo el paisaje continúa igual de verde, con tonos que van desde el musgo al loro, y sus bailes únicos con cada rayo de sol formando un animus vegetal mágico.

Las copas de los árboles se enredan y desde arriba parecen un colchón de hojas, me imagino tirada ahí, con el perfume de la savia y la calidad artística de cada planta, muchos perfumes únicos combinados en el aire formando una voz llena de decenas de voces. Ahora tocan una serenata, después van a desarrollar una conversación grupal sobre el descanso creador de los pensamientos, que se cuela entre las sensaciones, desde los agujeros que forman los dolores, para cerrar las cicatrices de la piel primero e invisibilizarlas después.

-No nos detendremos hasta ver las almas elegidas totalmente curadas, dicen las voces mientras se mecen, sus grandes sonrisas disney hacen dar ganas de bajar de espaldas a ese gran hueco natural, dejarse caer mirando al cielo un momento y quedarse a dormir ahí toda la tarde, hasta que -siguiendo el topping de dibujos animados de mis 8 o 9 años- las primeras estrellas oficien de despertador

Entre el dulce barranco y yo, hay una mujer joven y un hombre joven, deben tener menos de treinta cada cual. Ella y el, mirando para abajo, succionados de belleza sus ojos, el hombro izquierdo de ella casi toca la parte superior del brazo derecho de él. El muchacho tiene una remera, con muestras de uso, entre verdosa y celeste, un jean con la forma de sus piernas pero ancho, zapatillas oscuras. Ella también lleva una remera manga corta, colorada, jean más claritos que los de él, zapatillas coloradas, el pelo suelto le llega a los homóplatos y el viento le mueve de vez en cuando las puntas para los costados.

Ambos hablan, y el viento me acerca parte de sus palabras.

- Es tan perfecto este momento que quisiera que..., supongo que dice él porque la voz que viene es más grave.

- No sé que decir… sonreír… la vida, seguro que es ella porque su boca se está moviendo y puedo verla de perfil mirándolo.

Él le toma la mano, es unos quince centímetros más alto que ella: -...genial! (la voz de él).

La voz de ella: -...amo ...entera ...acá?

Se abrazan, los brazos de la chica pasan por la parte baja del estómago de él, sus manos entrelazadas en la parte derecha de la cintura, su cabeza apoyada en la manga verdiceleste. El brazo derecho de él sostiene la espalda y hombros de ella. Así se quedan un rato, el viento ya no me alcanza las partes dispersas de sus oraciones, sólo un murmullo risueño viene a veces.

Las voces de las hojas se vuelven música, y soy parte de Flowers and trees de Disney.

Siento que ella fui yo. No, más exacto es decir que siento que ella soy yo. Y que él es el que el destino me trajo muchas veces y pasó a mi lado sin que pudiéramos vernos. Recuesto la cabeza sobre un árbol muy alto, prendo un cigarrillo, me pongo en la boca un caramelo de jengibre. Ser impredeciblemente soñadora no es sinónimo de estupidez, como siempre lo creí. Los árboles vuelven a decir algo, voy a escucharlos. También sonrío. Cierro los ojos, respiro.

MabelBE




domingo, 5 de junio de 2022

Maestrs


Por todos esos pensamientos que juegan a la escondida buscando ser alto misterio y que un día, sin más, se agotan en sí mismos. Lo que se desagrega y se disgrega. Aquella información desvanecida en las entrañas cuando la vida se higieniza.
Por los primeros conceptos, y por los preconceptos que se vuelven cosa desconocida entre las risas del amanecer y del amor. Ajena a las vicisitudes del tiempo histórico, que no me representa ni me subpresenta ni me copresenta, voy yendo entre estos retorcidos caminos que guarecen con la felicidad en cada implante de un "para siempre" en el alma.

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MabelBE
al Tonito

viernes, 3 de junio de 2022

Rellena


..ENGENDROS de laINSIGNIFICANCIA
........................hanHECHO..que olvide.........

 que soy.una CRIATURA.rellena DEamor
...........a
la que NO le importa

..............si NO aprende de MEMORIA
.................................sus poemas.

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..........................................................................................................................................MBellante

lunes, 23 de mayo de 2022

Un espacio perecedero

Inclinarse a seguir. Ser la propia patria y festejar las fiestas propias. No habita en mí una fecha de vencimiento, por eso decir adiós me resulta un juego. Algo a renovar, como las estaciones, como las palabras, como la mirada.


MabelBE

domingo, 3 de abril de 2022

lunes, 14 de marzo de 2022

Sin final


La luz amanece en los frascos de miel y anís 
de esta mañana de domingo,
en la cocina con olor a pan tostado
y rodajas de naranja. En el acto
de guardar cucharas, tazas, fuentes.
Lleno el mate, la bombilla, cargo el termo.
Se acabaron las almendras, escribo “hay que comprar”,
también “limón, te, mermelada, manzanilla”.
La brisa que entra convive con el ritual
sedentario y tibio, donde soy la
que a través de la ventana ve nacer un nuevo día,
entre quehaceres
como adentro de un video en repetición continua
de hace mucho tiempo atrás, 
sin idea de un final.

viernes, 11 de marzo de 2022

El ciclón del 46

El tren de las 22 llegó puntualmente, ese viernes 13 de Septiembre de 1946, a la estación. El periodista descendió en medio de la desolación y comenzó a caminar las calles, envuelto en polvareda y sombras, tratando de ver algo más por sobre los escombros y la oscuridad.
Esta historia de dos días se inicia el miércoles cuando, a pesar de que todas las descripciones coinciden en que el pueblo anocheció en calma, los árboles -en ejemplo de esa quietud siniestra que anuncia al desastre- inmóviles entre una brisa desaparecida, durante todo ese día no necesitaron tapar la palidez nacarada de un sol que se retiró demasiado rápido.
Desprevenidos, indefensos, sobresaltados. Así se despertaron esa madrugada. Algunos pocos trasnochadores memoriosos recuerdan que un murmullo incipiente fue creciendo hasta que, fulminante, se transformó en aquel rugido inolvidable que recorrió el lugar, arrancando todo o casi todo a su paso. Sostienen que la impresionante espiral, que duró un santiamén pero que fue vivida como interminable, dejó -al alejarse- un silencio más oscuro que la misma noche.
Nadie sabía a qué atenerse. En la población, pasmada y reaccionando a tientas tras el espanto, gradualmente hacía su aparición el sentimiento, entre escenas desvastadoras que la pobre iluminación de las lámparas parecía acentuar. El ambiente –en sí mismo- era llanto. Preguntas que venían desde todos lados y volvían a irse sin respuesta, entre desprendimientos de chapas y de hierros, entre paredes que se caían estruendosamente... Las raíces de las plantas, desparramadas por todos lados, fueron la escenografía agónica de las primeras víctimas encontradas. Y, con la precariedad que contagiaban los incesantes desmoronamientos, a las 3 de la madrugada se estaban prestando los primeros auxilios.
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Por aquí y por allá animales muertos o en agonía, trozos de muebles, cartas embarradas, techos desperdigados por las calles. De esta forma llegó la mañana, con un trágico asombro en los ojos de los niños, con miradas petrificadas sobre los hogares aniquilados, y con un sufrimiento absorto en lo indescifrable, espeso, a medida que se iban encontrando los demás cuerpos sin vida. Fue en este escenario de caos y desconcierto, donde los gestos de solidaridad y amor al prójimo se transformaron casi en lo único, porque esos fatídicos treinta segundos de un viento soplando a 150 km/h dejaron un saldo impresionante de soledad y desgracia, pero también de colaboración, de mano tendida, de incorporarse para ser más fuertes que el mismo horror, en la ayuda al que necesita; las farmacias entregaban gratis los medicamentos; las tiendas, frazadas, abrigos, mantas; y aquel poblador que había tenido la fortuna de salir indemne físicamente, ayudaba a los más débiles y a los heridos.
Transcurrieron muchas horas hasta que la noticia se conoció en la Capital Federal. Un primer parte informaba que en un ignoto pueblito llamado Carlos Casares, a las 2 y 40 de la madrugada del jueves 12, había pasado un ciclón, dejando un saldo de 13 fallecidos, más de 100 heridos y cerca de 120 casas derribadas. En honor a la verdad, al otro día todavía no se podía establecer la magnitud de la catástrofe, pero la gente, para entonces, estaba preparando el entierro a sus muertos; y en el colmo del desconsuelo, pasadas las 5 de la tarde, ese viernes, una agobiada caravana de más de 5.000 personas, acompañó a los féretros bajo la llovizna, hasta su última morada.

El diario capitalino, enterado de lo sucedido, decidió enviar a uno de sus periodistas para que realice la cobertura del suceso. El tren de los viernes llegó –en este estado de las cosas y su luto- se podría decir que milagrosamente sin alarma, a la estación.
Al bajar, el cronista percibió el frío, y la desolación lo apabulló ni bien se dispuso a recorrer las calles, en dirección al centro. Lo primero que pensaba hacer era ir hasta la escuela Bernardino Rivadavia, ya que tenía noticias de que allí se encontraban albergadas muchas de las 1.300 personas que habían quedado sin techo.
Jamás antes había escuchado hablar de Casares, pero durante el viaje se había enterado detalles de la tragedia; por esta razón, al girar la cabeza y toparse con un viejo árbol que, malherido, se mantenía de pie tozudamente, asistido por una estaca que seguramente algún vecino le había acercado, se conmovió ante la evidencia de que nada estaba acabado y, pensando en los porqués del destino y su furia natural, siguió su marcha para el lado de la plaza, por las veredas cubiertas de ramas, flores despedazadas y trozos de ladrillo.



MabelBE

Me dijo, que le dijo que le dijeron : Antología de cuentos y relatos sobre Carlos Casares

El vestido 1

Tiene fondo negro y pequeñas flores
naranjas, azules, rojas, lilas, ¡blancas!
entre el verde de los tallos. Cae como un deleite
su seda, casi como sinónimo de lo fuerte que algo fue.
Vamos al cuadrilátero.
Señoras y señores, en este rincón, el vestido floreado!
con mi cuerpo y gran parte de mi alma en su interior.
En este otro rincón, la esperanza. Su perfume de libertad y
el consejo de que debo someterme a la dulce polisemia
de lo que soy
adentro del hoy.
¿Tengo necesidad de decirlo? ¿que puedo asumir
lo que hay
y cambiarlo, e inclinar la balanza
desde el mismo comienzo de la lucha, si así lo quiero?.
Que impresionante, saber cual es la forma de ganar un combate
esencial.
Mi vestido ido. Lo desconocido acercándose, con una
duración de encuentros y acontecimientos
que me perduran y que, en forma
fascinante, se introducen en mis entrañas
exigiendo que lo saque de mi vista. Y yo, que amaba
·¿será pasado?· a ese vestido floreado, no descifro
cómo desprenderme de la tela para siempre.
No hay más posibilidad, pareciera, que pintarme
los ojos, buscar que el cabello brille como vidrio acompasado, delinear
los labios para que la sonrisa alcance a verse
desde lejos, encontrarme
por fin
en la mirada de eso que por allí flota, esperando ser presente.
Si, el vestido está gastado, ·¿y esa energía que ronda y que
suave me empuja los ojos hacia otros terciopelos, gasas y tenues tules
de donde sale?·.
Si, si, el vestido está muy gastado.
Pero lo nuevo es de cuidado. Hay colores que me dan alergia, como
el gris. Hay telas que pueden lastimar la piel. Someterme
a este momento epifánico
asusta
y no por su porte de ambigüedad, que se da sólo
en la inexistencia de finales y principios, sino
por esas imágenes
que se encadenan debajo de lo que veo, con el único objetivo
de formar la hierba
básica
que pisará el futuro que me queda.
De estas tonalidades nuevas hablan las entrañas.
·¿Y el pasado?¿de qué me habla el pasado?· Si está a punto de
romperse. Una brisa mas o menos potente
y chau vestido. Sólo sus flores pesan, representando
esfuerzo y estrategia, y sosiego. Y aunque sea cursi, me cuesta olvidar
el cuidado que puse en las ocasiones en que lo usé, la pasión, tantos
paseos en tardes de primavera, esa imperceptible mancha
de brindis que todavía hace sonreír.
Cuarto round. Las entrañas vuelven a la carga
mandándome de esas imágenes
tan bellas, tan nuevas
¡tan sin dolor!
y me piden que me ponga otro vestido. Han traido varios modelos
y prometen más. Me repiten
que tengo derecho a hacerlo, que tengo la obligación.
¿Y tengo derecho a decirlo? yo sé que puedo cambiar la
historia, si quiero.
Me detengo en mi propio territorio, donde
las diferencias no hacen la diferencia, y calculo el peso del asumir
la cuestión.
¿Y otra vez es necesario decirlo? ¿que necesito
dejar librada una parte importante
de la inclinación de la balanza
al universo? ¿que a la vez
me apresa el nocaut? ·si es técnico mejor·.
En este rincón, el vestido floreado! Lo cambio, si quiero.
Y si no quiero, tendré que continuar mañana
igual que ayer, con mi vestido florecido/desteñido: un florilegio
de lo que he sido entre la vaguedad de lo que seré. Ruego ser
consciente.
En este otro rincón, las entrañas! mostrándome una fotografía de mí
con nuevo vestido, con ojos pintados, con brillo en el pelo que cae
por mis hombros sostenidos en un abrazo, con una sonrisa
delineada ·¿por mis instancias?·.
El tironeo hace que dude
sobre qué es lo que soy adentro de este hoy. O sobre cómo seguir entre
supuestos espejismos camaradas. ¿Otro vestido?
¿debo someterme, omitir, retirarme? ¿inclinar la balanza del combate?
·¿ser parte de lo que no fluye ni emana entre el origen
Se puede ver perfectamente. Las entrañas milagreras
enfrentadas a una melancolía de otoño que subyuga
y una verdad que avasalla sin aclarar lo que define.
Cierran este estadio, no habrá nuevos combates aquí. La elección
es concluyente. ·Que haré, yo que tanto temo a la expresión
"para siempre..."·.
¿La valentía aún duerme al borde del ring?
que el sparring me la alcance.
Sigo mirando el vestido ¿lo tiro, lo conservo para secar
el sudor del corazón? ¿asumo que no quiero
desprenderme? ¿o que sí quiero? ¿cambio, no cambio?.
El poder yace en perfumes desconocidos, el arrojo
solloza con el desgajo de las flores.
Espacio único de entrañas, vestido de destino.
Batalla. Inacción contra lo otro.



MabelBe / AKASHIA. Ojos abiertos