Estoy sentada a la sombra en algún lugar de El Bolsón, a unos diez metros hay una hondonada, en esta bajada del terreno todo el paisaje continúa igual de verde, con tonos que van desde el musgo al loro, y sus bailes únicos con cada rayo de sol formando un animus vegetal mágico.
Las copas de los árboles se enredan y desde arriba parecen un colchón de hojas, me imagino tirada ahí, con el perfume de la savia y la calidad artística de cada planta, muchos perfumes únicos combinados en el aire formando una voz llena de decenas de voces. Ahora tocan una serenata, después van a desarrollar una conversación grupal sobre el descanso creador de los pensamientos, que se cuela entre las sensaciones, desde los agujeros que forman los dolores, para cerrar las cicatrices de la piel primero e invisibilizarlas después.
-No nos detendremos hasta ver las almas elegidas totalmente curadas, dicen las voces mientras se mecen, sus grandes sonrisas disney hacen dar ganas de bajar de espaldas a ese gran hueco natural, dejarse caer mirando al cielo un momento y quedarse a dormir ahí toda la tarde, hasta que -siguiendo el topping de dibujos animados de mis 8 o 9 años- las primeras estrellas oficien de despertador
Entre el dulce barranco y yo, hay una mujer joven y un hombre joven, deben tener menos de treinta cada cual. Ella y el, mirando para abajo, succionados de belleza sus ojos, el hombro izquierdo de ella casi toca la parte superior del brazo derecho de él. El muchacho tiene una remera, con muestras de uso, entre verdosa y celeste, un jean con la forma de sus piernas pero ancho, zapatillas oscuras. Ella también lleva una remera manga corta, colorada, jean más claritos que los de él, zapatillas coloradas, el pelo suelto le llega a los homóplatos y el viento le mueve de vez en cuando las puntas para los costados.
Ambos hablan, y el viento me acerca parte de sus palabras.
- Es tan perfecto este momento que quisiera que..., supongo que dice él porque la voz que viene es más grave.
- No sé que decir… sonreír… la vida, seguro que es ella porque su boca se está moviendo y puedo verla de perfil mirándolo.
Él le toma la mano, es unos quince centímetros más alto que ella: -...genial! (la voz de él).
La voz de ella: -...amo ...entera ...acá?
Se abrazan, los brazos de la chica pasan por la parte baja del estómago de él, sus manos entrelazadas en la parte derecha de la cintura, su cabeza apoyada en la manga verdiceleste. El brazo derecho de él sostiene la espalda y hombros de ella. Así se quedan un rato, el viento ya no me alcanza las partes dispersas de sus oraciones, sólo un murmullo risueño viene a veces.
Las voces de las hojas se vuelven música, y soy parte de Flowers and trees de Disney.
Siento que ella fui yo. No, más exacto es decir que siento que ella soy yo. Y que él es el que el destino me trajo muchas veces y pasó a mi lado sin que pudiéramos vernos. Recuesto la cabeza sobre un árbol muy alto, prendo un cigarrillo, me pongo en la boca un caramelo de jengibre. Ser impredeciblemente soñadora no es sinónimo de estupidez, como siempre lo creí. Los árboles vuelven a decir algo, voy a escucharlos. También sonrío. Cierro los ojos, respiro.
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