Nunca decidí un día dejar de creer
en lapsos interminables de primaveras suaves, enajenadas, bruscas, felices, coloridas
hasta que en los ojos estalla la mirada
siempre sirve de algo estar despiertos
sobre el alba desnuda de la almohada
destacando la estrella más guardada
que descansa al final de los desiertos
mágicamente es que retoma el cielo
ese estilo liberal de hacer el bien
genio espejado: no preguntar ¿qué? ¿quién?
y en la mano siempre abierta, un caramelo
así se agrega a los ojos la infancia
van los pies juntos, aventura y viaje
alados pies sedientos de paisaje
hacen que todo vibre de abundancia
fetichismo, luz de comunicación
savia expansiva de una dulce historia
qué fiel ronda la vida sus memorias
una sonrisa en el último renglón
pero al brote también sirve de mucho
descansar en el tiempo del descanso
dejarse llevar por un río manso
cuyas gotas son el eco de `no lucho´
permanecer sentados la ladera
de la montaña azul, luz que silencia
desparpajo, que en los ojos es cadencia
y, entre el latir, el ave y la pradera
respiran sueños de una noche trunca
¿que tipo de música eterna
será la que destine y que nos una
en el centro de un día, cualquier día
conmovido y cotidiano, o desangrado
el concepto de poesía sempiterna
decretando un tibio sol
sin marcapasos
alentando a un sol florido
con aroma a jazmines, margaritas
cuando el influjo azul de un meridiano
provoque una mañana en la caverna?
MONÓLOGO/MabelBE
Que la
voz se respalde en estampidas,
contradicciones sin dueño
y
grafismos que deshacen la trama.
Que el merodeo del nombre,
o
de una frase,
o del fantasma de la letra que me inicia,
me
vuelva lo que soy.
Que la trampa del sonido grave en una
palabra
se parezca al final del invierno.
Que el sonido,
con el que nunca converso,
tenga la franqueza de abandonar su
intento.
Que se pierda,
que yo dejo el yo soy.
Dejo el yo.
Y
me dejo, en mi nombre.
Sola.
Se va una parte de vida,
escurridiza, seca, tierra vieja,
que desgajó los caminos,
convivió con mi destino
y lo que más quería era bailar,
Poco antes de morir
comentó entre silencios
que fue un otoño sin magia,
sin remedio, algo perdido.
Pero que ya terminó, anuncia.
Sus moles de silencio
fundían el aire punzado
hasta hacerlo cascote de tristeza.
¡Tantos años respirando
esos entes de nostalgia!
¡Yo hubiese querido
sentir su felicidad!
Desleída, sin ver la desventaja,
los secretos y fantasmas
comían mi desayuno.
Los días desaparecían
y, en mi corazón ingenuo,
la hostilidad de sus ojos
fluía quieta
en metódica disolución.
Así se volvió problema intenso,
escurridizo, seco, tierra vieja,
que siempre me hace llorar.
Y ahora me está diciendo
que primero no supo y que después no
pudo.
¿Cómo me saco del alma
este vacío inyectado
que me torna sepultada?
Esa tristeza, tan suya,
hace días que está de visita.
Y cuando se pone al lado
me duele adentro la niñez.
Lágrimas que saltan, una, otra, apuradas
o veloces, tac tac tac
sobre el vidrio de la mesa.
Me pide que le perdone la impotencia
vital,
su desconfianza infinita,
el no haber bailado.
Que no supo, repite
que no pudo
y se va.
MabelBE