Ebelina también ha dormitado la orden de escribirse.
Y ha angustiado la orden de enviar.
Sobre el riesgo del fin, en el aprender, espera
el movimiento suave que desate el ancla.
Como la gran mayoría, suelo llamar en silencio al monstruo
con absurdas repeticiones.
Y como siempre, el monstruo riega con muerte
a las Hadas del jardín
mediante el relato de las vivencias
de los pequeños hombres y mujeres de los Trece.
Ella teme que, al preguntarse si sobró especulación,
la respuesta desangre su luna
(pero al monstruo lo mató).
Ebelina ya puede acariciar el poema más preciado, el que no profiere reproches. Y yo captar mis primeras atenciones, aleluya hermano a semejante incomodidad.
® Mabel Bellante, 1995
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