Cortaba la naranja y el ácido saltaba a sus ojos, los cerraba pero parecía seguir viendo desde otro lugar.
La mayoría de los días, su brazo -en un gesto involuntario- hacía volcar el mate. No sé por qué seguía poniendo todas las cosas del desayuno en el espacio que quedaba libre en la mesada, entre la esponja y el detergente, el trapo, la bombilla... Las semillas de anís, las cáscaras secas de limón y el hibiscus cayeron al piso, junto a la yerba. Y la misma puteada silenciosa de cada mañana. Aparecía Tony, caminando por la puerta con su pregunta en la mirada. Ella le contestaba que en un rato le daría un poco de queso blanco. La observé miles de veces, cómo iba a buscar la escoba, barría doblando el cuerpo en estilo contorsión y llevaba la palita al tarro de la basura, donde terminaba el boicoteante ritual de los inicios cotidianos. La naranja, partida en dos, esperaba pegada al exprimidor.
Tony insistía dando vueltas, con sonidos cortos, entre sus piernas, ese amor de gato siamés… El jugo en ayunas es sagrado desde que tengo uso de razón. Que la vitamina c, que el efecto antiinflamatorio, que es la reina de la aceleración del metabolismo, beneficios por todos lados. La costumbre continuaba con el lavado de sus manos en el baño; volvía oliendo a jabón y continuaba con la preparación del mate, la nobleza de la madera se oscurecía en la parte de abajo, porque sus dedos volvían a mojarse con los cubiertos que habían descansado toda la noche sucios en la bacha. A mi madre le daba pereza dejar la cocina despejada para el día siguiente.
Tomaba el jugo que me alcanzaba, algunos días me hacía hacer un gesto, igual de involuntario que el movimiento de su brazo un rato antes, por el amargor. No importa, me decía, tomátelo todo de una vez.
Las naranjas fueron parte de mi vida, hasta el día de hoy, ahora corto las más perfectas por la mitad, las ahueco y las tengo de alhajeros donde guardo los anillos. Hay noches en que sueño que tengo el mismo patio de mi niñez (estaba colmado de higueras, plantas de menta, mandarinos, limoneros, un sauce llorón enrulado y muchos naranjos), pero en otra ciudad, con muchas plantas llenas de pelotas rugosas y duras, de todos los tonos anaranjados posibles, algunas caídas en el piso. Lo veo al Tony oliendo cada una, y empujando a las más chiquitas para jugar, corriendo de aquí para allá.
Nunca tomé jugo de naranjas comprado, lo tengo internalizado a fuego como un sacrilegio, algo tan artificial como ajeno, que va!. Y son contadas con los dedos de una mano las mañanas en que no tuve estas frutas en la heladera para el desayuno.
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