La poesía se despliega siempre en la nostalgia del mundo sagrado perdido. El poeta es el que se da cuenta de que el lenguaje, y con él todas las cosas humanas, está en peligro. Las palabras corrientes ya no tienen garantía; si pierden su sentido, todo empieza a perder su sentido – el poeta intentará devolvérselo. Así un poema puede sacralizar, eternizándolo, un momento sagrado de la existencia, una epifanía. Y es una nostalgia que, a través del deseo, critica la realidad para proponer su transformación. El novelista, en cambio, trabaja con lo cotidiano, lo prosaico; pero reelabora lo prosaico y lo cotidiano de manera que a través de su forma aparece una nueva forma de poesía, una poesía reflexiva que se ve a sí misma surgir a partir de lo cotidiano; la novela busca integrar en su estructura "todo lo que pensábamos en un principio que carecía de interés" -lo que Beckett llamaba el caos. El novelista es así el que ve que se está esbozando una estructura en lo que lo rodea, y el que va a perseguir esa estructura, hacerla crecer, perfeccionarla, estudiarla, hasta el momento en que sea legible para todos. Es el que ve que las cosas a su alrededor empiezan a murmurar, es quien va a llevar ese murmullo hasta la palabra. La poesía novelesca es, pues, aquello a través de lo cual la realidad en su conjunto puede tomar consciencia de sí misma para criticarse y transformarse. / Michel Butor. Ensayos sobre la novela (fragmento)