Veía abrir la puerta del bar, el vaiven de los pies
que se sucedían. No eran los suyos, se acercaban
lentos, sin esa fuerza característica.
Mientras apelaba a mi parca capacidad de meditación y
como enredada en una telaraña destejida, comenzaba a sospechar
que las pisadas que yo creía pasión apenas revestían
la promiscuidad de un momento olvidable, la puerta
otra vez se abrió.
Por fin y desde el fin llegó. Allí estuvo. Y yo, pegada a la silla
asqueada
preguntándome si podría liberarme
del pasado y del futuro
con un simple acto de presente
que tanto me costaba empezar.
MabelBE