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domingo, 8 de febrero de 2009

Esencia

Trataba de imaginarse a Alice (pero no su aspecto físico, sino, de ser posible, todo su ser en conjunto) y de pronto se le ocurrió que la veía borrosa. Detengámonos en esta palabra: borrosa. Alice, tal como Eduard la había visto hasta ahora, era, pese a su ingenuidad, un ser firme y claro: la sencillez de su destino parecía ser la justificación de su actitud. Eduard hasta ahora la había encontrado uniforme y articulada; podía reírse de ella, podía maldecirla, asediarla con sus astucias, pero se veía obligado (sin pretenderlo) a respetarla. Ahora, en cambio, tenía la impresión de que las opiniones de Alice no eran en realidad más que algo que estaba adherido a su destino y su destino algo adherido a su cuerpo, la veía como una combinación casual de cuerpo, ideas y transcurso vital, como una combinación inorgánica, arbitraria e inestable. / Milán Kundera. El libro de los amores ridículos.

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