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viernes, 7 de julio de 2023

Michael Longley - Autocuración

Yo quería enseñarle los nombres de las flores,
autocuración y centaura; en la gran finca 
donde nunca pasta el ganado, asfódelo de ciénaga. 
¿Acaso podría yo haber amado a alguien tan fuera de quicio 
y, como dicen, haberle dado alas? 
Había dormido en cuna hasta los doce 
por ser tan infantil, me supongo,
 o por falta de cama: ¿acaso su padre no había 
perdido todo en el juego menos el pastizal juncoso? 
Parecía tener el cráneo cincelado como una cuña 
sobre los hombros, y la espalda jorobada, 
lo cual le daba un aire casi académico. 
Pero no podía recordar las cosas que le había enseñado: 
cada nombre flotaba sobre su flor 
como una mariposa incapaz de posarse. 
Ese día desfloré una tragontina 
para dejar en libertad a los mareados insectos. 
Con delicadeza deslizó la mano entre mis muslos. 
Me dio miedo; y aún no sé por qué 
pero salí corriendo, bañada en lágrimas, a contárselo a todos. 
Me enteré de que todos los días de aquella semana 
lo azotaron con una vara de endrino, y luego lo amarraron 
en el henar. Yo podría haber sido la vaca 
a la cual habría descolado después con cizallas, 
y él el carnero enredado en alambre de púas 
que mató a pedradas cuando lo dejaron libre.


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